Leonardo
Castellani
SOBRE
LA CASTIDAD[1]
Buenos Aires, 28-VI-1946
(Día del Sdo. Corazón de
Jesús)
RP. Antonio Viladevall
San Miguel
No habiendo podido ir a verlo el
13, día de su santo, he pensado dedicar a quien fue el mejor de mis padres
espirituales esta carta que tengo que escribir acerca de la virtud de la
castidad.
Ud sabe que he escrito otras dos
cartas acerca de los otros dos votos religiosos. Espero que habrán llegado a
sus manos. ¿Qué Rector se atreverá a destruir una carta dirigida al venerable
religioso que ha sido —y puede ser aún— maestro de todos ellos?
Pero en fin, si las han destruido,
nada puedo yo contra eso, anoser apelar a N.P. San Ignacio contra ese desprecio
del canon 481, 6° del Epítome, el cual no puede ser abolido ni siquiera por
nuestro M.R.P. General.
Hablar de la castidad es sumamente
delicado, porque en ella "no cabe interpretación", y si uno habla en
abstracto corre el peligro de quedarse en insulso, como el peligro de pasarse a
chocante si habla en concreto. "No se puede hablar del pudor sin ser algo
impúdico" —dijo mi patrono San Jerónimo.
Por tanto, lo mejor es comentar
simplemente, y con la objetividad científica que da la buena psicología, lo que
dijo N. Señor Jesucristo y expuso después acerca de ella Santo Tomás. Lo que
dijo Nuestro Salvador es que existen tres clases de "eunucos", y que
los únicos que le aprovechaban a Él para el Reino eran los terceros: "qui
seipsos castraverunt propter Regnum Caelorum"[2].
También dijo que esa palabra suya no todos la pueden "embaular", —que
ese es el sentido del "joróusin" griego.
Santo Tomás, en el maravilloso cap.
CXXXVI del III de la Suma contra Gentes, que previene todas las objeciones del
mundo moderno contra la continencia total, dice que la virginidad religiosa
está ordenada a la contemplación; de modo que sólo por ese fin obtenido es ella
virtud cumplida; y será ende virtud más o menos perfecta tanto cuanto se
acerque o distancie de ella.
Nuestro Padre San Ignacio nos dejó
una palabra espléndida al mandarnos en una regla que "seamos
instruidos" en distinguir las virtudes verdaderas de las falsas, las
genuinas de las aparentes, las endebles de las sólidas y las incoadas de las
perfectas. La experiencia de nuestra época muestra que esa regla es máximamente
necesaria, sobre todo a los que gobiernan. El clima protestante ha poblado
nuestra pobre época de virtudes negativas o "puritanas", contra las
cuales el mundo moderno ha oído insurgir la terrible voz de Federico Nietzsche.
La psicología enseña que hay
castidad falsa, inclusive perversa, como ya notara Tomás de Aquino, comentando
al Estagirita; y hay castidades imperfectas, llenas de inconvenientes y durezas
para los que las tienen y los demás, que a veces rozan la gazmoñería o la
misoginia, ocasionando ese antipático puritanismo que Max Scheler, en su libro
sobre la Simpatía, llama injustamente "la moral de los sacerdotes",
"die Priestermoral".
Caracteriza allí el gran filósofo
hebreo-alemán la "moral de los sacerdotes" (y ¡cómo se conoce que no
conoció a mi gran profesor de Moral, sacerdote por los cuatro costados!) como
adversa a las grandezas y delicadezas de la vida matrimonial, ignara del amor
conyugal, calumniadora del connubio, groseramente resentida y envidiosa,
guaranga y obscena en el hablar de re conjugali[3].
No cabe duda que hay algunos sacerdotes así. Pero así no es la "teología
moral" de los sacerdotes.
Porque, en efecto, no cualquiera
abstención del trato sexual eleva y perfecciona al hombre, como si dijéramos,
automáticamente. En la compilación de problemas que corren como de Aristóteles
al final de sus Obras Completas, en el problema N° 29, sec. V se pregunta:
"Quare illi qui non concumbunt, atra bile laborant?"[4]
y la verificación de este hecho no la ignora nadie que conozca por ejemplo
cárceles, y también conventos donde se haya amortiguado el espíritu. Hablando
un Obispo inglés no muy afecto a la Compañía en grupo de sacerdotes de las
lamentables caídas que de tanto en tanto se producen en el clero (lo cual no es
de Inglaterra sólo), un interlocutor le objetó la castidad irreprochable de los
jesuitas. Contestó el Obispo, que era un "oxfordian" y hombre de
grandes luces:
—En efecto, los jesuitas son
exteriormente irreprochables. Pero lo pagan caro.
—¿Cómo lo pagan? —le preguntaron.
—Con la neurosis.
Estando yo en Inglaterra, los
Padres ingleses, que se precian de su educación y de sus costumbres deportivas,
me contaron esta anécdota. Ellos achacan a las Provincias latinas, sobre todo a
las italianas, una deficiencia en la educación de la castidad de los jóvenes,
que defiende sí la negra "honra que dan los hombres" y tapa
cuidadosamente todo escándalo, pero deja como pasto de los lobos del infierno
una lamentable retahíla de neuróticos sobre la estepa helada a lo largo de la
caravana. Y lo que es más, los que siguen en la caravana no sirven y logran
poco o nada, porque son los humanamente mejor dotados los sacrificados. Quedan
sanos los asnos y los avefrías.
El demonio Venus vuela
invisiblemente sobre nuestro Estudiantado para ultimar a flechazos a los que se
descuidan o quedan solos. ¡Desdichados de ellos!
De mis recuerdos de juventud, no
puedo decir que esta Provincia S.J. me haya ayudado mucho a la solución total
de mi problema sexual, sacando el encierro y las exageradas precauciones
exteriores. Mis padres espirituales, excepto V.R., eran ignorantísimos en esta
materia, que no conocían ni por experiencia ni por estudios de psicología.
Recuerdo lo que me dijo el P. Ferragud (q.e.p.d.) al llegar yo, filósofo de 2°
año, al Seminario; en la primera cuenta de conciencia: "Los que hablan de
esas cosas, se les conoce la basura que llevan adentro." Lo cual bastó
para que en todo el año no le hablara de mis más reales problemas.
Ahora que mal que bien los he
resuelto solo, a trompicones, dejando mi salud en el camino; o por mejor decir,
los ha resuelto amorosamente el Espíritu Santo por medio de Santa Tais, Santa
Teresa y la Santísima Virgen (que son figuras suyas) bien puedo hablar de esto
a mis hermanos, que si saben más que yo en esto, como probablemente saben,
servirá al menos para que me corrijan si yerro. Que también San Ignacio solía
hacer predicar en comunidad sobre alguna virtud al que era menos virtuoso de
todos.
Esta carta tiene tres partes, una
sobre cada clase de "eunucos" que describió N S Jesucristo. En una
segunda carta estudiaré la habitud intrínseca de la castidad a la
contemplación; no en forma teológica sino en forma familiar de pacomia o
colación espiritual.
I
"Algunos son eunucos, porque
así los hizo la naturaleza" —dice Cristo. Estos los llama la ciencia:
impotentes, frígidos, asexuados, insensibles o misóginos.
Si lo son físicamente, la Iglesia
no los admite a las órdenes sacras: Vermeersch enseña que el espíritu de esta
prohibición se extiende a los que sonlo psíquicamente: en efecto, el sacerdote
de Cristo debe ser varón cabal; y más en estos tiempos.
Ayer estuve en el tranvía con un
sacerdote a cuya ordenación yo me opuse, guiado por el infalible instinto de
sus compañeros, que lo embromaban en recreo, a pesar de que era buenito e
inteligente. Lo ordenaron lo mismo. Se llama... Es un feminoide. Ha armado un
batifondo fenomenal primero en el Hospital Clínicas y luego en la Curia. Ahora
tiene un enredado pleito con el Arzobispo, y pretende que los fieles tienen el
deber de alimentarlo, con sólo decir él la misa, porque "es un sacerdote
casto."
Yo creo como psicólogo 1º) que
dejará de serlo; 2º) que no tiene arreglo 3º) que seguirá molestando hasta que
se muera. Embrómense, porque no me hicieron caso.
Pues bien, hay casos de ésos en
nuestra Provincia, primeramente, porque estando desajustado y en manos de
ineptos el sabio aparato de selección que creó San Ignacio, se cuelan muchos
eunucos primera clase incluso en la profesión solemne; y segundo, porque la
educación de la castidad deficiente que esta Provincia nos da origina en
algunos una "represión exagerada" que los pueriliza para toda la
vida, mutilándolos como hombres. En efecto, la fuerte represión con que la
Iglesia trata al instinto sexual no está ordenada a quedarse en mera represión
(como demostré en mi tesis La Catharsis
Catholique[5],
que los NN no conocen ni les interesa) sino que debe volverse "sublimación"
de los afectos, sin la cual sublimación no hay hombre cabal. La castidad
meramente negativa, o es sólo un paso del camino, o es un vicio positivo, como
concede Sto. Tomás en el artículo citado. Es decir, la castidad debe subir por
los tres grados de toda virtud, "bene", "facíliter",
"delectabíliter" —o como explicaba graciosamente nuestro Instructor
Poulier: "En el primer grado, las mujeres parecen una porquería; en el
segundo, parecen unos ángeles; en el tercero, nos parecen simplemente
hermanas." Y eso es lo que son.
¡Qué cantidad de jesuitas conozco
imposibilitados para tratar a las mujeres con amoroso trato de hermanos, sin el
cual no se les puede hacer verdadero bien: dado que sólo el amor enseña y sólo
el amor convierte! Algunos disparan de ellas hasta el punto de haberse negado
durante toda la vida a confesar, como un grave Padre que todos conocen. Otros
las tratan como si fuesen porquería, es decir, con un trato correcto y seco,
repelente o infecundo. Otros las tratan como si fuesen ángeles, lo cual les
agrada a ellas, pero deja muy poco en sus almas. Este tratar a las mujeres con
lengua de novio o de amante explica algunos grandes éxitos pecuniarios y de
popularidad, y el correteo fuera de casa de algunos que deberían estar
enseñando teología: o estudiándola si no la saben.
II
Pero hay el caso más serio todavía
de que la deficiencia en la castidad, no solamente pueriliza y esteriliza al
Apóstol, sino que positivamente lo deforma. "Algunos son eunucos por la
brutalidad de los hombres" —dijo nuestro Salvador.
Balzac, gran doctor en ciencias
sociales, estudió los efectos dañinos de la continencia obligatoria en el
carácter, cuando ella no llega a convertirse en virtud verdadera y perfecta.
Quitándole a sus conclusiones el alcance general y absoluto, la tesis de
"Le Curé de Tours" es verdadera. Sólo la paternidad saca al hombre de
sí mismo y lo hace grande, social y abnegado. El solterón es antisocial,
egoísta y sórdido, habitualmente. Por lo menos no sirve para Apóstol[6].
De ahí que ignorando Balzac o no
pudiendo observar en su dentorno la paternidad espiritual, la creyó enteramente
desaparecida de la Iglesia a raíz de la pérdida de su poder político, y
describió (injustamente) a todo el clero católico en los dos tipos viciosos del
cura regaloncillo, comodón, aniñado y apocado en el "Abbé Chapeloud",
y la terrible figura del ambicioso sin escrúpulos, duro, insensible, el
"Vicario Troubert", del cual dice: "Nul doute que Troubert n'eût
été en d'autres temps Hildebrand ou Alexandre VI. Aujourd'hui l'Église n'est plus une puissance politique et n'absorbe
plus les forces des gens solitaires. Le célibat offre done alors ce vice
capital que, faisant converger les qualités de l'homme sur une seule passion,
l'égoisme, il rend les célibataires ou nuisibles
ou inutiles.[7]"
He aquí los dos rasgos capitales de
esos tipos a quienes una represión viciosa ha vuelto o pueriles o crueles o las
dos cosas a la vez, como son los niños. ¿Quién negará que existen de hecho esos
tipos que el P. Lloberola llamaba con gracia "los solterones de la gloria
de Dios"? V R los conoce:
Cautelosos como gatos, fríos como
culebras, reservados como crustáceos, incapaces de efusión cordial y de
verdadera amistad, acomodaticios, hinchados de una ciencia egoísta, duros,
incomprensivos, preocupados de su salud y de sus ventajas, calculadores,
insensibles, poco humanos, gazmoños, enemigos de la grandeza, amargos,
antipáticos, temerosos del hombre y de lo humano, racionalistas, ingenerosos,
replegados sobre sí mismos, infecundos, desmadrados, estériles, gélidos,
autómatas, censuradores del prójimo, entristecidos, retrancados, negativistas,
prudentes al exceso, susceptibles, reptores, maestros helados que muestran al
mundo una imagen repelente del Divino Maestro.
Esta ristra de adjetivos a la
manera de San Pablo no se aplica a ningún actual viviente en la Compañía ni
quizá en el mundo entero; es el "tipo" al cual tiende el sacerdote
"de continencia sin caridad", como los llama Hugo Wast en Ciudad
turbulenta; sobre todo cuando son invadidos por el demonio de la ambición, como
el Vicario Troubert. Pero que las aproximaciones más o menos cercanas a ese
"tipo" ideal existen en los conventos, yo no puedo tener duda, y soy
apoyado por los testimonios del realista refranero español: "Frayle nin
judío, nunca buen amigo" - "Corazón de fraile, pedernal y aire"
- "Con gente de bonete ¿quién te mete?" - Etcétera.
¡La lujuria! Tened cuidado con esa
perra. Echada por la puerta, a veces vuelve disfrazada por la ventana. ¡Y con
qué gentileza, a los que le han negado la carne, les pide un pedacito del
espíritu!
La castidad en algunos es una
virtud; pero en algunos es casi un vicio.
Oh Dios, ¿diré yo que soy casto? En
verdad soy continente; pero yo no diré de mí mismo que soy casto.
Y aunque jamás he conocido la
mujer, por voluntad de Dios más bien que mía; yo no diré jamás que soy virgen.
Yo diré que soy un niño, llena la
cabeza de juegos y de imágenes volanderas. Imágenes risueñas o terribles, todas
pasajeras imágenes divinas.
Y diré que soy un viejo, viendo
detrás de esa forma de guitarra de las mujeres ("las hinchaditas delante -
y redonditas por todo", como dijo el poeta) un alma que está escondida,
que sufre o va a sufrir. Y que se pierde. Un alma como la mía.
Oh Dios, yo te pido la castidad
esencial, la castidad de los que se ríen de la castidad, y dicen: "¿Qué es
la castidad?"
Yo te pido la castidad de los
corazones llenos, que aman de tal modo que no tienen tiempo para nada y se ríen
y dicen: "¿A quién se le ocurre que yo engendre hijos?"
¿Y qué tengo que hacer yo con esa
carne de hospital? ¿Por ventura para eso sólo creó Dios la hermosura? ¿Y qué
derecho tengo yo a la delicia mayor y al tesoro mayor que existe, en este gran
sanatorio lleno de pobres y doloridos? Yo soy pobre.
Yo no quiero tener una cosa que no
tuvo Jesucristo ni la Niña de la Maternidad Parthenogénica, que fueron pobres.
¿Diré yo que soy casto? Yo diré
solamente que soy pobre.
Pero ¿renunciaré yo a la
maternidad? ¡Ah! Yo no puedo renunciar a la maternidad, a la preñez pesada y
deforme.
No puedo renunciar al imperativo de
maternidad que ha concebido leyendo las vidas de los que murieron por otros.
De los que en este mundo se hacen
matar, que son siempre los mismos.
La maternidad del padrazo Santa
Teresa, del madrecito San Juan de la Cruz, del Paí-guazú Roque González.
Yo no puedo renunciar a la
maternidad que hay en mí, violenta y perentoria, semejante a los dolores de la
mujer que espera.
…………………….
Después de este breve
"intermezzo" personal y poético, pedido por la misma poesía de la
virtud de que trato (la cual no puede sustentarse sin alguna manera de poesía),
tenemos que hablar de la tercera manera de eunucos de la gran palabra de Cristo.
La palabra de Cristo fue ésta:
"pero de esta palabra no todos son capaces."
La conducta en este particular de
algunas Órdenes y Epíscopos es un continuo desmentido de la palabra de Cristo.
Con los hechos oponen a Cristo esta otra palabra: "Todos son capaces de ello,
con tal que se los encierre juntos en edad temprana, no se les hable de los
problemas de la vida, o se les hable con horror y a través de un velo
fuliginoso de fraseología devota —con tal que se les embuta mucha piedad, mucha
piedad, mucha piedad."
La Santa Sede ha descargado poco ha
a Zubiri, sacerdote vasco y filósofo, del voto del celibato y lo ha autorizado
públicamente al matrimonio. La alegación de Zubiri fue que él no sabía al
ordenarse la obligación que contraía. Luego Roma ha admitido que eso es
posible, y por el mismo caso, se ha cargado de una obligación nueva y muy seria
respecto de sus propios seminarios.
Yo no voy tan lejos como mi maestro
Arturo Vermeersch S.J. en su condenación de las Escuelas Apostólicas, donde
(como él decía) "un hombre entra jesuita a los 8 años." Yo opino que
si la Santa Iglesia las tolera, son hoy día un mal menor o un mal necesario;
con tal que sean muy buenas; como creo es la nuestra de Santa Fe.
Tampoco voy tan lejos como Valuy
S.J. en su eximio opúsculo "La vida religiosa" donde sostiene que
todo seminarista que tiene caídas del vicio solitario debe ser implacablemente
eliminado. Yo creo que algunos deben ser eliminados y otros, donde se vea gran
buena voluntad con esperanza de (por lo menos) lucha constante, deben ser
ayudados y sostenidos, antes y después de la Ordenación Sacra.
Pero para tal discriminación,
eliminación y dirección espiritual opino que no sería apto un Seminario con un
Rector ocupado en construcciones y granjas, un Prefecto de Estudios sin honradez
intelectual, un Prefecto General ocupado (y con razón) de la mera disciplina
externa, un solo Padre espiritual, profesores sin unión entre sí ni con el
Rector ni con nadie; —y por último, last
but not least, una casa de estudios, donde los estudios constituyen un
medio de hacer pasar el tiempo a los estudiantes, y no de darles una verdadera
formación universitaria.
Esto tengo el deber de decirlo
aunque me maten: "serán castigados en proporción del daño que hicieren
—dice San Juan de la Cruz hablando de los Superiores miopes; —porque en un
piloto es un pecado mortal tener los ojos cerrados o no tener ojos."
Es psicológicamente imposible que
en un joven se produzca ese delicado fenómeno de la elevación de las pasiones a
sentimientos y de su enganche a imágenes religiosas, llamado
"sublimación" —en una casa que, destinada por la Iglesia a crear la
sabiduría, no hay en ella ni siquiera lugar para la contemplación.
Hoy, día del Sagrado Corazón, acabo
de oír en la Iglesia un sermón horroroso. Lo menos que debe dar un Seminario
(me decía en Roma el P. Mostaza) a todos o casi todos sus alumnos, son
"buenas predicaderas"; es decir, un perfecto y cabal
"hábitus" de la oratoria, que es para el Sacerdote el instrumento
principal del trabajo de toda la vida. Si un Seminario no da a sus alumnos ni
ese indispensable "hábitus" práctico, que depende de un mero "drill"
o aprendizaje, ¿cómo vamos a creer que da la sabiduría, ni siquiera vocaciones
intelectuales a la filosofía y la teología? Y siendo esto así, ¿hemos de
extrañarnos de que haya quiebras en la castidad? Lo que a mí me espanta es que
no haya mucho más de lo que hay.
El P. Lloberola, a quien debo
algunas lecciones de vida espiritual y recia sensatez española, dijo una vez a
uno de los NN que se confesaba tentado de la carne: "La oratoria es uno de
los grandes remedios contra la concupiscencia carnal. Póngase a hablar en público
en cuanta ocasión se le presente, aunque más le cueste". Obedeció el
súbdito y no solamente está hoy curado del estímulo de la fornicación, sino que
es un predicador notable; porque así como decía el P. Mariana que muchas
enfermedades de los Nuestros venían del comer demasiado, así muchas tentaciones
nos vienen del trabajar poco. Llamo trabajar al estar empeñado en una obra
sacerdotal. No solamente con el cuerpo, sino también con la mente, la
imaginación y el corazón.
Y a propósito de eso, así como he comenzado
quiero acabar en esta materia, recordando una hermosa plática sobre la
Ociosidad que nos hizo V.R. cuando nos dio ejercicios (¡imborrables!) en el
filosofado, y que solía ser extrañamente resistida por muchos de los NN:
("¿A quién se le ocurre hablar sobre el ocio a gentes que tratan de
perfección y están sobrecargadas de santas obediencias?"); a propósito de
lo cual recuerdo lo que me pasó con un hermano días pasados. Vino a decirme:
—"Todos los que actualmente, de grado o malgrado suyo, son realmente
ociosos en la Provincia, son instintivamente enemigos tuyos." Levanté los
ojos al cielo y exclamé: "¡Gran Dios! ¡Soy perdido! ¿Qué puedo contra
tantos?"
Ceso rogando a S.R., Padre mío,
quiera tener un recuerdo de mí delante de la presencia eucarística, como yo lo
tengo de Ud. en mis pobres oraciones.
En Xto. Jesús.
[1] Castellani envió ésta y otras
cartas con el título Dic Ecclesiae (Dilo a la Iglesia, Mateo 18, 17.)
[2] "Los que se castraron
a sí mismos por el Reino de los Cielos (Mateo 19, 12).
[3] Sobre la sexualidad
conyugal.
[4] ¿Por qué quienes se
abstienen del trato sexual son de genio irritable?
[5] Traducción al castellano:
La catarsis católica en los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Ediciones
Epheta, Buenos Aires 1991.
[6] «Hay religiosos para los
cuales la religión es una caparazón donde encogerse para dormir, defenderse y
resguardarse; que les da seguridad y no inquietud, los enfría y no los consume.» (Castellani,
Diario, 9-1-48).
[7] Es indudable que Troubert, en
otro tiempo, habría sido Hildebrando o Alejandro VI. Hoy día la Iglesia ya no
es una potencia política y no absorbe más las fuerzas de los célibes. El
celibato muestra entonces este vicio capital, que haciendo converger todas las
fuerzas del hombre sobre una pasión, el egoísmo, vuelve a los célibes dañinos o
inútiles.