viernes, 16 de diciembre de 2016

Sobre la castidad

Leonardo Castellani
SOBRE LA CASTIDAD[1]

Buenos Aires, 28-VI-1946
(Día del Sdo. Corazón de Jesús)

RP. Antonio Viladevall
San Miguel

No habiendo podido ir a verlo el 13, día de su santo, he pensado dedicar a quien fue el mejor de mis padres espirituales esta carta que tengo que escribir acerca de la virtud de la castidad.
Ud sabe que he escrito otras dos cartas acerca de los otros dos votos religiosos. Espero que habrán llegado a sus manos. ¿Qué Rector se atreverá a destruir una carta dirigida al venerable religioso que ha sido —y puede ser aún— maestro de todos ellos?
Pero en fin, si las han destruido, nada puedo yo contra eso, anoser apelar a N.P. San Ignacio contra ese desprecio del canon 481, 6° del Epítome, el cual no puede ser abolido ni siquiera por nuestro M.R.P. General.
Hablar de la castidad es sumamente delicado, porque en ella "no cabe interpretación", y si uno habla en abstracto corre el peligro de quedarse en insulso, como el peligro de pasarse a chocante si habla en concreto. "No se puede hablar del pudor sin ser algo impúdico" —dijo mi patrono San Jerónimo.
Por tanto, lo mejor es comentar simplemente, y con la objetividad científica que da la buena psicología, lo que dijo N. Señor Jesucristo y expuso después acerca de ella Santo Tomás. Lo que dijo Nuestro Salvador es que existen tres clases de "eunucos", y que los únicos que le aprovechaban a Él para el Reino eran los terceros: "qui seipsos castraverunt propter Regnum Caelorum"[2]. También dijo que esa palabra suya no todos la pueden "embaular", —que ese es el sentido del "joróusin" griego.
Santo Tomás, en el maravilloso cap. CXXXVI del III de la Suma contra Gentes, que previene todas las objeciones del mundo moderno contra la continencia total, dice que la virginidad religiosa está ordenada a la contemplación; de modo que sólo por ese fin obtenido es ella virtud cumplida; y será ende virtud más o menos perfecta tanto cuanto se acerque o distancie de ella.
Nuestro Padre San Ignacio nos dejó una palabra espléndida al mandarnos en una regla que "seamos instruidos" en distinguir las virtudes verdaderas de las falsas, las genuinas de las aparentes, las endebles de las sólidas y las incoadas de las perfectas. La experiencia de nuestra época muestra que esa regla es máximamente necesaria, sobre todo a los que gobiernan. El clima protestante ha poblado nuestra pobre época de virtudes negativas o "puritanas", contra las cuales el mundo moderno ha oído insurgir la terrible voz de Federico Nietzsche.
La psicología enseña que hay castidad falsa, inclusive perversa, como ya notara Tomás de Aquino, comentando al Estagirita; y hay castidades imperfectas, llenas de inconvenientes y durezas para los que las tienen y los demás, que a veces rozan la gazmoñería o la misoginia, ocasionando ese antipático puritanismo que Max Scheler, en su libro sobre la Simpatía, llama injustamente "la moral de los sacerdotes", "die Priestermoral".
Caracteriza allí el gran filósofo hebreo-alemán la "moral de los sacerdotes" (y ¡cómo se conoce que no conoció a mi gran profesor de Moral, sacerdote por los cuatro costados!) como adversa a las grandezas y delicadezas de la vida matrimonial, ignara del amor conyugal, calumniadora del connubio, groseramente resentida y envidiosa, guaranga y obscena en el hablar de re conjugali[3]. No cabe duda que hay algunos sacerdotes así. Pero así no es la "teología moral" de los sacerdotes.
Porque, en efecto, no cualquiera abstención del trato sexual eleva y perfecciona al hombre, como si dijéramos, automáticamente. En la compilación de problemas que corren como de Aristóteles al final de sus Obras Completas, en el problema N° 29, sec. V se pregunta: "Quare illi qui non concumbunt, atra bile laborant?"[4] y la verificación de este hecho no la ignora nadie que conozca por ejemplo cárceles, y también conventos donde se haya amortiguado el espíritu. Hablando un Obispo inglés no muy afecto a la Compañía en grupo de sacerdotes de las lamentables caídas que de tanto en tanto se producen en el clero (lo cual no es de Inglaterra sólo), un interlocutor le objetó la castidad irreprochable de los jesuitas. Contestó el Obispo, que era un "oxfordian" y hombre de grandes luces:
—En efecto, los jesuitas son exteriormente irreprochables. Pero lo pagan caro.
—¿Cómo lo pagan? —le preguntaron.
—Con la neurosis.
Estando yo en Inglaterra, los Padres ingleses, que se precian de su educación y de sus costumbres deportivas, me contaron esta anécdota. Ellos achacan a las Provincias latinas, sobre todo a las italianas, una deficiencia en la educación de la castidad de los jóvenes, que defiende sí la negra "honra que dan los hombres" y tapa cuidadosamente todo escándalo, pero deja como pasto de los lobos del infierno una lamentable retahíla de neuróticos sobre la estepa helada a lo largo de la caravana. Y lo que es más, los que siguen en la caravana no sirven y logran poco o nada, porque son los humanamente mejor dotados los sacrificados. Quedan sanos los asnos y los avefrías.
El demonio Venus vuela invisiblemente sobre nuestro Estudiantado para ultimar a flechazos a los que se descuidan o quedan solos. ¡Desdichados de ellos!
De mis recuerdos de juventud, no puedo decir que esta Provincia S.J. me haya ayudado mucho a la solución total de mi problema sexual, sacando el encierro y las exageradas precauciones exteriores. Mis padres espirituales, excepto V.R., eran ignorantísimos en esta materia, que no conocían ni por experiencia ni por estudios de psicología. Recuerdo lo que me dijo el P. Ferragud (q.e.p.d.) al llegar yo, filósofo de 2° año, al Seminario; en la primera cuenta de conciencia: "Los que hablan de esas cosas, se les conoce la basura que llevan adentro." Lo cual bastó para que en todo el año no le hablara de mis más reales problemas.
Ahora que mal que bien los he resuelto solo, a trompicones, dejando mi salud en el camino; o por mejor decir, los ha resuelto amorosamente el Espíritu Santo por medio de Santa Tais, Santa Teresa y la Santísima Virgen (que son figuras suyas) bien puedo hablar de esto a mis hermanos, que si saben más que yo en esto, como probablemente saben, servirá al menos para que me corrijan si yerro. Que también San Ignacio solía hacer predicar en comunidad sobre alguna virtud al que era menos virtuoso de todos.
Esta carta tiene tres partes, una sobre cada clase de "eunucos" que describió N S Jesucristo. En una segunda carta estudiaré la habitud intrínseca de la castidad a la contemplación; no en forma teológica sino en forma familiar de pacomia o colación espiritual.

I

"Algunos son eunucos, porque así los hizo la naturaleza" —dice Cristo. Estos los llama la ciencia: impotentes, frígidos, asexuados, insensibles o misóginos.
Si lo son físicamente, la Iglesia no los admite a las órdenes sacras: Vermeersch enseña que el espíritu de esta prohibición se extiende a los que sonlo psíquicamente: en efecto, el sacerdote de Cristo debe ser varón cabal; y más en estos tiempos.
Ayer estuve en el tranvía con un sacerdote a cuya ordenación yo me opuse, guiado por el infalible instinto de sus compañeros, que lo embromaban en recreo, a pesar de que era buenito e inteligente. Lo ordenaron lo mismo. Se llama... Es un feminoide. Ha armado un batifondo fenomenal primero en el Hospital Clínicas y luego en la Curia. Ahora tiene un enredado pleito con el Arzobispo, y pretende que los fieles tienen el deber de alimentarlo, con sólo decir él la misa, porque "es un sacerdote casto."
Yo creo como psicólogo 1º) que dejará de serlo; 2º) que no tiene arreglo 3º) que seguirá molestando hasta que se muera. Embrómense, porque no me hicieron caso.
Pues bien, hay casos de ésos en nuestra Provincia, primeramente, porque estando desajustado y en manos de ineptos el sabio aparato de selección que creó San Ignacio, se cuelan muchos eunucos primera clase incluso en la profesión solemne; y segundo, porque la educación de la castidad deficiente que esta Provincia nos da origina en algunos una "represión exagerada" que los pueriliza para toda la vida, mutilándolos como hombres. En efecto, la fuerte represión con que la Iglesia trata al instinto sexual no está ordenada a quedarse en mera represión (como demostré en mi tesis La Catharsis Catholique[5], que los NN no conocen ni les interesa) sino que debe volverse "sublimación" de los afectos, sin la cual sublimación no hay hombre cabal. La castidad meramente negativa, o es sólo un paso del camino, o es un vicio positivo, como concede Sto. Tomás en el artículo citado. Es decir, la castidad debe subir por los tres grados de toda virtud, "bene", "facíliter", "delectabíliter" —o como explicaba graciosamente nuestro Instructor Poulier: "En el primer grado, las mujeres parecen una porquería; en el segundo, parecen unos ángeles; en el tercero, nos parecen simplemente hermanas." Y eso es lo que son.
¡Qué cantidad de jesuitas conozco imposibilitados para tratar a las mujeres con amoroso trato de hermanos, sin el cual no se les puede hacer verdadero bien: dado que sólo el amor enseña y sólo el amor convierte! Algunos disparan de ellas hasta el punto de haberse negado durante toda la vida a confesar, como un grave Padre que todos conocen. Otros las tratan como si fuesen porquería, es decir, con un trato correcto y seco, repelente o infecundo. Otros las tratan como si fuesen ángeles, lo cual les agrada a ellas, pero deja muy poco en sus almas. Este tratar a las mujeres con lengua de novio o de amante explica algunos grandes éxitos pecuniarios y de popularidad, y el correteo fuera de casa de algunos que deberían estar enseñando teología: o estudiándola si no la saben.

II

Pero hay el caso más serio todavía de que la deficiencia en la castidad, no solamente pueriliza y esteriliza al Apóstol, sino que positivamente lo deforma. "Algunos son eunucos por la brutalidad de los hombres" —dijo nuestro Salvador.
Balzac, gran doctor en ciencias sociales, estudió los efectos dañinos de la continencia obligatoria en el carácter, cuando ella no llega a convertirse en virtud verdadera y perfecta. Quitándole a sus conclusiones el alcance general y absoluto, la tesis de "Le Curé de Tours" es verdadera. Sólo la paternidad saca al hombre de sí mismo y lo hace grande, social y abnegado. El solterón es antisocial, egoísta y sórdido, habitualmente. Por lo menos no sirve para Apóstol[6].
De ahí que ignorando Balzac o no pudiendo observar en su dentorno la paternidad espiritual, la creyó enteramente desaparecida de la Iglesia a raíz de la pérdida de su poder político, y describió (injustamente) a todo el clero católico en los dos tipos viciosos del cura regaloncillo, comodón, aniñado y apocado en el "Abbé Chapeloud", y la terrible figura del ambicioso sin escrúpulos, duro, insensible, el "Vicario Troubert", del cual dice: "Nul doute que Troubert n'eût été en d'autres temps Hildebrand ou Alexandre VI. Aujourd'hui l'Église n'est plus une puissance politique et n'absorbe plus les forces des gens solitaires. Le célibat offre done alors ce vice capital que, faisant converger les qualités de l'homme sur une seule passion, l'égoisme, il rend les célibataires ou nuisibles ou inutiles.[7]"
He aquí los dos rasgos capitales de esos tipos a quienes una represión viciosa ha vuelto o pueriles o crueles o las dos cosas a la vez, como son los niños. ¿Quién negará que existen de hecho esos tipos que el P. Lloberola llamaba con gracia "los solterones de la gloria de Dios"? V R los conoce:
Cautelosos como gatos, fríos como culebras, reservados como crustáceos, incapaces de efusión cordial y de verdadera amistad, acomodaticios, hinchados de una ciencia egoísta, duros, incomprensivos, preocupados de su salud y de sus ventajas, calculadores, insensibles, poco humanos, gazmoños, enemigos de la grandeza, amargos, antipáticos, temerosos del hombre y de lo humano, racionalistas, ingenerosos, replegados sobre sí mismos, infecundos, desmadrados, estériles, gélidos, autómatas, censuradores del prójimo, entristecidos, retrancados, negativistas, prudentes al exceso, susceptibles, reptores, maestros helados que muestran al mundo una imagen repelente del Divino Maestro.
Esta ristra de adjetivos a la manera de San Pablo no se aplica a ningún actual viviente en la Compañía ni quizá en el mundo entero; es el "tipo" al cual tiende el sacerdote "de continencia sin caridad", como los llama Hugo Wast en Ciudad turbulenta; sobre todo cuando son invadidos por el demonio de la ambición, como el Vicario Troubert. Pero que las aproximaciones más o menos cercanas a ese "tipo" ideal existen en los conventos, yo no puedo tener duda, y soy apoyado por los testimonios del realista refranero español: "Frayle nin judío, nunca buen amigo" - "Corazón de fraile, pedernal y aire" - "Con gente de bonete ¿quién te mete?" - Etcétera.
¡La lujuria! Tened cuidado con esa perra. Echada por la puerta, a veces vuelve disfrazada por la ventana. ¡Y con qué gentileza, a los que le han negado la carne, les pide un pedacito del espíritu!
La castidad en algunos es una virtud; pero en algunos es casi un vicio.
Oh Dios, ¿diré yo que soy casto? En verdad soy continente; pero yo no diré de mí mismo que soy casto.
Y aunque jamás he conocido la mujer, por voluntad de Dios más bien que mía; yo no diré jamás que soy virgen.
Yo diré que soy un niño, llena la cabeza de juegos y de imágenes volanderas. Imágenes risueñas o terribles, todas pasajeras imágenes divinas.
Y diré que soy un viejo, viendo detrás de esa forma de guitarra de las mujeres ("las hinchaditas delante - y redonditas por todo", como dijo el poeta) un alma que está escondida, que sufre o va a sufrir. Y que se pierde. Un alma como la mía.
Oh Dios, yo te pido la castidad esencial, la castidad de los que se ríen de la castidad, y dicen: "¿Qué es la castidad?"
Yo te pido la castidad de los corazones llenos, que aman de tal modo que no tienen tiempo para nada y se ríen y dicen: "¿A quién se le ocurre que yo engendre hijos?"
¿Y qué tengo que hacer yo con esa carne de hospital? ¿Por ventura para eso sólo creó Dios la hermosura? ¿Y qué derecho tengo yo a la delicia mayor y al tesoro mayor que existe, en este gran sanatorio lleno de pobres y doloridos? Yo soy pobre.
Yo no quiero tener una cosa que no tuvo Jesucristo ni la Niña de la Maternidad Parthenogénica, que fueron pobres.
¿Diré yo que soy casto? Yo diré solamente que soy pobre.
Pero ¿renunciaré yo a la maternidad? ¡Ah! Yo no puedo renunciar a la maternidad, a la preñez pesada y deforme.
No puedo renunciar al imperativo de maternidad que ha concebido leyendo las vidas de los que murieron por otros.
De los que en este mundo se hacen matar, que son siempre los mismos.
La maternidad del padrazo Santa Teresa, del madrecito San Juan de la Cruz, del Paí-guazú Roque González.
Yo no puedo renunciar a la maternidad que hay en mí, violenta y perentoria, semejante a los dolores de la mujer que espera.

…………………….

Después de este breve "intermezzo" personal y poético, pedido por la misma poesía de la virtud de que trato (la cual no puede sustentarse sin alguna manera de poesía), tenemos que hablar de la tercera manera de eunucos de la gran palabra de Cristo.
La palabra de Cristo fue ésta: "pero de esta palabra no todos son capaces."
La conducta en este particular de algunas Órdenes y Epíscopos es un continuo desmentido de la palabra de Cristo. Con los hechos oponen a Cristo esta otra palabra: "Todos son capaces de ello, con tal que se los encierre juntos en edad temprana, no se les hable de los problemas de la vida, o se les hable con horror y a través de un velo fuliginoso de fraseología devota —con tal que se les embuta mucha piedad, mucha piedad, mucha piedad."
La Santa Sede ha descargado poco ha a Zubiri, sacerdote vasco y filósofo, del voto del celibato y lo ha autorizado públicamente al matrimonio. La alegación de Zubiri fue que él no sabía al ordenarse la obligación que contraía. Luego Roma ha admitido que eso es posible, y por el mismo caso, se ha cargado de una obligación nueva y muy seria respecto de sus propios seminarios.
Yo no voy tan lejos como mi maestro Arturo Vermeersch S.J. en su condenación de las Escuelas Apostólicas, donde (como él decía) "un hombre entra jesuita a los 8 años." Yo opino que si la Santa Iglesia las tolera, son hoy día un mal menor o un mal necesario; con tal que sean muy buenas; como creo es la nuestra de Santa Fe.
Tampoco voy tan lejos como Valuy S.J. en su eximio opúsculo "La vida religiosa" donde sostiene que todo seminarista que tiene caídas del vicio solitario debe ser implacablemente eliminado. Yo creo que algunos deben ser eliminados y otros, donde se vea gran buena voluntad con esperanza de (por lo menos) lucha constante, deben ser ayudados y sostenidos, antes y después de la Ordenación Sacra.
Pero para tal discriminación, eliminación y dirección espiritual opino que no sería apto un Seminario con un Rector ocupado en construcciones y granjas, un Prefecto de Estudios sin honradez intelectual, un Prefecto General ocupado (y con razón) de la mera disciplina externa, un solo Padre espiritual, profesores sin unión entre sí ni con el Rector ni con nadie; —y por último, last but not least, una casa de estudios, donde los estudios constituyen un medio de hacer pasar el tiempo a los estudiantes, y no de darles una verdadera formación universitaria.
Esto tengo el deber de decirlo aunque me maten: "serán castigados en proporción del daño que hicieren —dice San Juan de la Cruz hablando de los Superiores miopes; —porque en un piloto es un pecado mortal tener los ojos cerrados o no tener ojos."
Es psicológicamente imposible que en un joven se produzca ese delicado fenómeno de la elevación de las pasiones a sentimientos y de su enganche a imágenes religiosas, llamado "sublimación" —en una casa que, destinada por la Iglesia a crear la sabiduría, no hay en ella ni siquiera lugar para la contemplación.
Hoy, día del Sagrado Corazón, acabo de oír en la Iglesia un sermón horroroso. Lo menos que debe dar un Seminario (me decía en Roma el P. Mostaza) a todos o casi todos sus alumnos, son "buenas predicaderas"; es decir, un perfecto y cabal "hábitus" de la oratoria, que es para el Sacerdote el instrumento principal del trabajo de toda la vida. Si un Seminario no da a sus alumnos ni ese indispensable "hábitus" práctico, que depende de un mero "drill" o aprendizaje, ¿cómo vamos a creer que da la sabiduría, ni siquiera vocaciones intelectuales a la filosofía y la teología? Y siendo esto así, ¿hemos de extrañarnos de que haya quiebras en la castidad? Lo que a mí me espanta es que no haya mucho más de lo que hay.
El P. Lloberola, a quien debo algunas lecciones de vida espiritual y recia sensatez española, dijo una vez a uno de los NN que se confesaba tentado de la carne: "La oratoria es uno de los grandes remedios contra la concupiscencia carnal. Póngase a hablar en público en cuanta ocasión se le presente, aunque más le cueste". Obedeció el súbdito y no solamente está hoy curado del estímulo de la fornicación, sino que es un predicador notable; porque así como decía el P. Mariana que muchas enfermedades de los Nuestros venían del comer demasiado, así muchas tentaciones nos vienen del trabajar poco. Llamo trabajar al estar empeñado en una obra sacerdotal. No solamente con el cuerpo, sino también con la mente, la imaginación y el corazón.
Y a propósito de eso, así como he comenzado quiero acabar en esta materia, recordando una hermosa plática sobre la Ociosidad que nos hizo V.R. cuando nos dio ejercicios (¡imborrables!) en el filosofado, y que solía ser extrañamente resistida por muchos de los NN: ("¿A quién se le ocurre hablar sobre el ocio a gentes que tratan de perfección y están sobrecargadas de santas obediencias?"); a propósito de lo cual recuerdo lo que me pasó con un hermano días pasados. Vino a decirme: —"Todos los que actualmente, de grado o malgrado suyo, son realmente ociosos en la Provincia, son instintivamente enemigos tuyos." Levanté los ojos al cielo y exclamé: "¡Gran Dios! ¡Soy perdido! ¿Qué puedo contra tantos?"
Ceso rogando a S.R., Padre mío, quiera tener un recuerdo de mí delante de la presencia eucarística, como yo lo tengo de Ud. en mis pobres oraciones.
En Xto. Jesús.


[1] Castellani envió ésta y otras cartas con el título Dic Ecclesiae (Dilo a la Iglesia, Mateo 18, 17.)
[2] "Los que se castraron a sí mismos por el Reino de los Cielos (Mateo 19, 12).
[3] Sobre la sexualidad conyugal.
[4] ¿Por qué quienes se abstienen del trato sexual son de genio irritable?
[5] Traducción al castellano: La catarsis católica en los ejercicios espirituales de Ignacio de Loyola. Ediciones Epheta, Buenos Aires 1991.
[6] «Hay religiosos para los cuales la religión es una caparazón donde encogerse para dormir, defenderse y resguardarse; que les da seguridad y no inquietud, los enfría y no los consume.» (Castellani, Diario, 9-1-48).
[7] Es indudable que Troubert, en otro tiempo, habría sido Hildebrando o Alejandro VI. Hoy día la Iglesia ya no es una potencia política y no absorbe más las fuerzas de los célibes. El celibato muestra entonces este vicio capital, que haciendo converger todas las fuerzas del hombre sobre una pasión, el egoísmo, vuelve a los célibes dañinos o inútiles.