B. Josemaría Escrivá, 12-III-1961
Del
tomo de meditaciones internas Mientras nos hablaba en el camino, páginas
143-155 Roma,
2000
Un día de retiro, una jornada en la que el Señor nos concede especialmente gracias para considerar nuestro fin: santificarnos y santificar. Pero hoy yo querría señalaros una vez más cuál es el espíritu nuestro en un medio maravilloso de santificación, en un medio que está instituido por Jesucristo, porque es sacramento: la Confesión. Y, a partir de esa institución divina, deseo haceros algunas consideraciones sobre otro medio que es también una muestra de cariño materno de la Obra: la dirección espiritual con el Director, la charla fraterna.
Como
de costumbre, me he traído unos libros, fichas y papeles. Algunas veces sucede
que, después, durante la meditación, me voy por otros caminos y no les hago
caso. Pero a este libro sí le hago caso, siempre, porque es el Evangelio, y yo
no pretendo hablar más que palabras de vida, las de Jesucristo Nuestro Señor.
En el redil de Cristo
Abramos
el Evangelio de San Juan por el capítulo décimo: Amen, amen dico vobis, qui
non intrat per ostium in ovile ovium, sed ascendit aliunde, ille fur
est et latro [1]; en verdad, en verdad os
digo, que quien no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que
sube por otra parte, ése es un ladrón y salteador.
¡Hijos
míos!, paz para vuestro corazón y para mi corazón. Nosotros no somos ladrones
ni salteadores, porque hemos entrado per ostium; el que entra por la puerta, es pastor de las
ovejas. A éste abre el portero, y las ovejas escuchan su voz, y él llama por
su nombre a las ovejas propias y las saca fuera [2].
El Señor, el Buen Pastor, abre su redil, y las ovejas escuchan su voz, y Él las
conoce a todas, una por una. ¡Qué vieja parece esta escena!, ¿verdad? Pero no
penséis que sea tan antigua que no se repita hoy. Al contrario, sigue cargada
de actualidad. Recuerdo que una vez, yendo por una carretera de Castilla, vimos
a unos hombres que clavaban en tierra unos palos gruesos, fuertes; después
tendían una red –por eso se llama redil– formando un círculo, que dejaban
abierto por una parte. Al final, uno comenzó a pronunciar a grandes gritos
palabras que guardaban un no sé qué de cariño. Y acudían las ovejas, e iban
entrando. Él las llamaba una a una; y decía un piropo a ésta, y acariciaba a
otra. Conocía a todas. ¡Qué escena tan actual!
¡Hijos
míos!, ¡hijos de mi alma!: no me olvidéis que cada uno de vosotros ha entrado
por la puerta, por el amor de Cristo. Sois ovejas del mismo redil y al mismo
tiempo, de algún modo, además de ovejas de ese redil, cada uno de vosotros ha
de ser también buen pastor de esas ovejas. Y que, si tiene el deber de dejarse
conducir y responder por su nombre, tiene también el deber, no menos fuerte, de
contribuir a la santidad y a la perseverancia de sus hermanos.
Si
alguna vez, yo viese flaquear a uno, y flaquear hasta el extremo de perder su
felicidad terrena y quizá la eterna; no excusaría de pecado a los que
convivieran con aquel hijo mío, porque no habrían sabido darle los medios para
perseverar, medios a los que tenía derecho.
Ninguno
de vosotros está solo, ninguno es un verso suelto: somos versos del mismo
poema, épico, divino. Y a cada uno de vosotros, como a mí, nos interesa que no
se rompa esta unidad, esta armonía, unidos como un gran rebaño, como un gran
ejército, oves et milites Christi, camino de
la santidad.
Acudir al buen Pastor
Et cum proprias oves emiserit, ante
eas vadit, et oves illum sequuntur, quia sciunt vocem eius [3]
. El pastor, cuando ha hecho salir a sus ovejas, camina
delante de todas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz. Debemos seguir
a los que desempeñan el oficio de buenos pastores. También a cada uno de
vosotros os debe escuchar vuestro hermano, cuando ejercitáis la corrección
fraterna, a veces con la mirada, a veces con la consideración que el caso
exija. En otras ocasiones, podéis acordaros de aquel compelle
intrare del Evangelio [4].
Si el Señor quería que obligaran a ir al banquete a personas extrañas, ¡cuánto
más querrá que uséis una santa coacción, una bendita coacción, de amor,
con los hermanos vuestros, ovejas del mismo rebaño de Jesucristo! Esta
hermosísima coacción de caridad, lejos de quitar la libertad a vuestro hermano,
le ayuda delicadamente a administrarla bien. No lo olvidéis.
Yo
ya no soy joven. No lo digo por darme el gusto de llamarme viejo, sino porque
siento el deber de transmitiros esta idea, que parece de poca importancia, y
sin embargo tiene mucho relieve. Tomad vuestras notas, y grabad en vuestro
corazón lo que os digo. Porque no sólo os habla un sacerdote: es el Fundador, y
no hay más que uno. Papas, conoceréis muchos; yo he conocido a varios.
Cardenales, a montones. Obispos, más aún... pero Fundador del Opus Dei no hay
más que uno, aunque sea de tan poco fundamento como yo: ¡uno sólo! Y Dios os
pedirá cuenta si no atendéis mis indicaciones. Por mi boca os habla
especialmente Jesucristo, porque yo especialmente en su nombre soy el buen
Pastor. E insisto en que cada uno de vosotros es también buen pastor.
Alienum autem non sequuntur [5], las
ovejas no siguen al pastor extraño. Significa que, al apartarse de esta
enseñanza de Jesús, comienza la equivocación que lleva al extravío de la paz y
de la alegría, y a la posible perdición del alma. Porque a veces, en vez de
huir del extraño –alienum autem non sequuntur–, alguno podría alejarse
de sus Directores, de sus hermanos; y acudir a un hombre lo suficientemente
ignorante o imprudente o poco avisado, capaz de conducirle adelante por el
camino de la perdición.
Hijos
míos, vosotros debéis formular el propósito firme de no cometer esa
equivocación en vuestra vida. El mismo Señor, por medio de San Juan, nos
advierte que no hay que buscar consejo fuera, que eso sería como ir
voluntariamente al precipicio. ¡Se debe huir del extraño: sed fugiunt ab eo!
[6],
¡debéis escuchar sólo la voz del buen pastor!
¿Sabéis
quién es, para mis ovejas, el buen pastor? El que tiene misión otorgada por mí.
Y yo la doy ordinariamente a los Directores y a los sacerdotes de la Obra. Gente
que no conoce el Opus Dei, no está en condiciones de actuar como pastor de mis
ovejas, aunque sean buenos pastores de otras ovejas y aunque sean santos. Para
mis hijos, no son el buen pastor del que habla Jesucristo. ¿Está claro? Sed fugiunt ab eo! [7]. Seguid el consejo del
Maestro: huir. ¿Por qué habríamos de escuchar la voz de quien no conoce el
espíritu de nuestra Obra? Hay que oír la voz del buen pastor, de los que han
recibido la misión para apacentar las ovejas del Opus Dei. Todos los demás no
son pastores con esa misión específica.
El médico que puede curar
Hijos
míos, quiero ahora que consideremos lo que está indicado en nuestro Derecho
particular. Os he repetido miles de veces que soy muy amigo de la libertad,
como también sé que mis hijos tienen sentido común. No puedo aceptar que ningún
Director local –que ha de intervenir para abrir las puertas del Opus Dei a
esas ovejas de Cristo– se muestre tan corto que haya permitido entrar a quienes
no discurran como me detendré a explicaros ahora en concreto.
En
la Obra, todos debemos acudir al sacramento de la Confesión al menos una vez
por semana. Conviene que os confeséis con los sacerdotes que están designados.
Podéis hacerlo con cualquier sacerdote que cuente con licencias del Ordinario.
De esta manera, yo defiendo la libertad, pero con sentido común. Todos mis
hijos gozan de la más absoluta libertad para confesarse con cualquier sacerdote
aprobado por el Ordinario, y no se encuentra obligado a decir a los Directores
de la Obra que lo ha hecho. ¿Uno que proceda así peca? ¡No! ¿Tiene buen
espíritu? ¡No! Se ha puesto en camino de escuchar la voz del mal pastor.
Ciertamente,
como la mayor parte de los miembros del Opus Dei viven en sus casas, en los
lugares más diversos, no siempre podrán dirigirse a los sacerdotes de la Obra,
y algunas veces se confesarán con otros. Cuando así actúen, al abrir su
conciencia, se despertará un suavísimo aroma de campo cuajado, bendecido por
el Señor [8],
la fragancia de una vida entregada plenamente a Dios y embellecida por la
delicadeza de conciencia. Pero si, en algún caso, en su alma no se diera esa
situación, conviene que se ponga en manos de su hermano, el buen pastor,
aun cuando para eso haya de emplear medios que se salgan de lo corriente.
Si
el alma en circunstancias particulares necesita una medicación –por decirlo
así– más cuidadosa, esto es, si se requiere el oportuno y rápido consejo, la
dirección espiritual más intensa, no debe buscarse fuera de la Obra. Quien se
comportara de otro modo, se apartaría voluntariamente del buen camino e iría
hacia el abismo; sin duda, habría perdido el buen espíritu.
Decidme:
un enfermo que se quiere curar, ¿qué hace? Va a un médico determinado, que le
conoce. –Míreme bien, hágame análisis, tómeme la presión, la temperatura... y le
reconoce, y le ausculta, y le mira por rayos X, bien examinado. Si el médico
trabaja como debe, procurará que el enfermo, por debilidad, por inadvertencia,
no deje de contarle alguna cosa que pueda ser de interés. Entonces el enfermo,
si no es un loco, se apresurará a decir al médico todos los síntomas, todas las
circunstancias, que a él le parece que son manifestaciones de su enfermedad,
hasta las más nimias. No se le ocurre ir a un médico cualquiera –y luego a
otro, y a un tercero, y a más...– para que le recete una aspirina, sino que
corre al médico que le conoce bien.
Vosotros
iréis a sacerdotes hermanos vuestros, como voy yo. Y les abriréis el corazón de
par en par –¡podrido, si estuviese podrido!–, con sinceridad, con ganas de
curaros; si no, esa podredumbre no se curaría nunca. Y del mismo modo se
produce en la dirección espiritual personal, con el Director o con quien tenga
el encargo de recibir vuestra charla fraterna. Si fuésemos a una persona que
sólo puede curarnos superficialmente la herida... es porque seríamos cobardes,
porque no nos conduciríamos como buenas ovejas, porque iríamos a ocultar la
verdad, en daño de nuestra alma. Y causándonos este mal, buscando un médico de
ocasión, sin capacidad de dedicarnos más que unos segundos, que no puede meter
el bisturí, y cauterizar la herida, también estaríamos provocando un daño a la
Obra. Si tú hicieras esto, tendrías mal espíritu, serías un desgraciado. Por
ese acto no pecarías, pero ¡ay de ti!, habrías comenzado a errar, a
equivocarte. Habrías empezado a oír la voz del mal pastor, al no querer
curarte, al no querer poner los medios.
Estarías,
además, perjudicando a los demás. Ese confesor guardará el sigilo sacramental,
desde luego: todos los sacerdotes lo cuidan celosamente, siempre. Pero cuando
se le presente otra alma a pedirle consejo, y le manifieste que está pensando
en solicitar la admisión en el Opus Dei, quizá se lo quitara de la cabeza.
Aquel confesor no podrá evitar el pensamiento: ¿ir al sitio donde está aquel
miserable, aquel canceroso que no se quería curar?
Tú
conoces la doctrina del Cuerpo Místico, de la Comunión de los Santos. Pues
estarías haciendo daño a tus hermanos, y a los que están por venir, y a ti
mismo, al cuerpo entero de la Obra. Porque además aquel mal pastor no venía a
buscarte, habrías sido sólo tú el responsable. Porque ese otro, que no es buen
pastor, al no conocer los remedios oportunos, non venit nisi ut furetur et
mactet et perdat [9],
no viene sino para robar y matar y causar estrago. Nosotros necesitamos vivir
ese espíritu determinado y concreto que el Señor quiere. Nuestro espíritu está
muy claro: nuestra ascética, nuestra mística, clarísima. Y, todo lo que sea
deformar este espíritu, es robar y matar.
¡Propósitos!
¡Claridad de ideas! Podemos y no podemos. ¿Y peco? No. ¿Y tengo que decirlo a
los Directores? No. Pero insisto: ¡ay de ti!, ¡pobre, pobrecito mío! Omnes quotquot venerunt fures sunt
et latrones [10]. Los que no
son el buen pastor, resultan ladrones y salteadores. Sólo es buen pastor el
que, conociendo y viviendo el espíritu que anima tu vida, recibe esa misión de
quien puede entregársela: a éste abre el portero, y las ovejas escuchan su
voz, y él llama por su nombre a las ovejas propias y las saca fuera. Y, cuando
ha hecho salir a sus propias ovejas, va delante de ellas, y las ovejas le
siguen, porque conocen su voz
[11].
Por eso, los miembros del Opus Dei, si de verdad quieren ser fieles, no
siguen a un extraño, sino que huyen de él, porque no conocen la voz de los extraños [12].
¿Y
no podrían ir otros pastores a buscar a mis ovejas y apacentarlas bien? No. El
Señor lo dice terminantemente: qui non intrat per ostium
in ovile ovium, sed ascendit aliunde, ille fur est
et latro [13];
quien no entra por la puerta en el aprisco de las ovejas, sino que sube por
otra parte, es un ladrón y salteador. ¿Acaso no podrá acudir alguno de buena
voluntad a dar una ayuda, a tomar un hatillo de ovejas y ofrecerles buen pasto,
y volverlas al redil? No. ¡No! Y no soy yo quien lo afirma sino el mismo Señor.
Los que no tienen misión encomendada por los Directores, no son buenos
pastores, aunque hagan milagros. Porque el sacerdote que recibe la confesión no
actúa solamente como juez, sino también como maestro, médico, padre: pastor.
¿Cómo podría ejercer bien esas funciones quien ignorase lo que Dios espera de
nosotros, según la vocación que nos ha concedido? ¿Cómo, si no posee nuestro
espíritu? ¿Cómo, si carece del mandato legítimo, y por tanto de la gracia
especial para ejercitar bien su misión?
Ego sum pastor bonus.
Bonus pastor animam suma dat pro ovibus suis [14]; Yo soy el Buen Pastor. El Buen Pastor sacrifica su vida por sus
ovejas. Hijos míos, no importa que os lo cuente. Ocurrió hace muchos años.
Vosotros sabéis que las instituciones promovidas por Dios sufren –sobre todo en
los comienzos– la incomprensión, y que el Señor permite tantas
contrariedades... A veces son los buenos quienes levantan la
persecución. Objetivamente, una labor diabólica; subjetivamente, no la podemos
juzgar.
Pues, en un momento duro, muy duro, hace años, el hijo mío que estaba en conocimiento de esas penas, encargó que se colocara en el cuarto de trabajo del Padre, junto a la puerta que se abre a la tribuna del oratorio de la Santísima Trinidad, una lápida de travertino con una reproducción del Buen Pastor que se encuentra en las catacumbas y estos versos de Juan del Enzina: tan buen ganadico, / y más en tal valle, / placer es guardalle. / Y tengo jurado / de nunca dejalle, / mas siempre guardalle. Desde el primer día, desde aquel 2 de octubre de 1928, siento el impulso divino, paterno y materno, hacia vosotros y hacia vuestras vidas. Nada de ninguno de vosotros me es extraño, ni de esos miles de hijas e hijos míos que no conozco.
Pues, en un momento duro, muy duro, hace años, el hijo mío que estaba en conocimiento de esas penas, encargó que se colocara en el cuarto de trabajo del Padre, junto a la puerta que se abre a la tribuna del oratorio de la Santísima Trinidad, una lápida de travertino con una reproducción del Buen Pastor que se encuentra en las catacumbas y estos versos de Juan del Enzina: tan buen ganadico, / y más en tal valle, / placer es guardalle. / Y tengo jurado / de nunca dejalle, / mas siempre guardalle. Desde el primer día, desde aquel 2 de octubre de 1928, siento el impulso divino, paterno y materno, hacia vosotros y hacia vuestras vidas. Nada de ninguno de vosotros me es extraño, ni de esos miles de hijas e hijos míos que no conozco.
Hizo
muy bien vuestro hermano, en aquellas circunstancias de peligro, del que nos avisó
el Cardenal Schuster. El Cardenal de Milán se
comportó estupendamente; era un santo, y quizá alguno de vosotros lo veréis en
los altares. Fueron a visitarle dos hijos míos, el Director y el sacerdote del
Centro de Milán. El Cardenal les preguntó: ¿cómo está el Padre?; ¿conocen si ha
encontrado alguna cruz? Le contestaron: pues no sabemos nada de especial, pero
si la tiene, vivirá contento, porque siempre nos ha dicho que si encontramos la
Cruz, es señal de que nos hallamos cerca de Cristo... El cardenal entonces
añadió: comunicadle que esté preparado; que se acuerde de su paisano; San José
de Calasanz, y que se mueva.
Efectivamente,
vuestro Padre, un pobre hombre, pero que quiere portarse como buen pastor, se
fue... Pero, dejemos esto por ahora, y guardad lo que os he referido en vuestro
corazón.
Buen
pastor. Pero también buenas ovejas. ¿Buenas ovejas? Sí, hijos míos: sí, sí;
buenas ovejas. No dudo lo más mínimo de que todos seréis siempre buenas ovejas.
Abrir el alma con sinceridad
La
dirección espiritual. En el Catecismo de la Obra habréis estudiado que,
en primer término, compete a los Directores locales, laicos, ¡laicos! También
imparte la dirección espiritual el sacerdote designado, en el ejercicio de su
ministerio. Pero ninguno forma su capillita, su grupito. No se tolera ninguna
división, nadie puede sostener: yo soy de Pablo, yo de Apolo, yo de Cefas, yo de Cristo. ¿Acaso Cristo se ha dividido? [15].
Fulanito no es director espiritual, porque en la Obra la dirección espiritual
se ejercita sólo in actu; en otras palabras,
el Director laico, cuando recibe la charla fraterna o van a consultarle algo; y
el sacerdote cuando confiesa.
También
vosotros, cada uno de vosotros, con la corrección fraterna, asume
el deber de una dirección espiritual prudente, pero heroica, con los otros
hermanos que se encuentran cerca de él. Todos sois el buen pastor. Todos, por
el hecho de estar en el Opus Dei, realizamos esta misión, que significa el
deber y el derecho sacrosanto de ayudar a santificarse a los demás.
Ego sum pastor bonus.
Bonus pastor animam suma dat pro ovibus suis [16]; Yo
soy el buen pastor. El buen pastor sacrifica su vida por sus ovejas. Hace todos
los sacrificios. Y vosotros debéis estar dispuestos a afrontarlos todos
también. Y el primero resulta bien claro: no ejercitar aquel derecho –porque lo
poseemos– si lo podemos evitar, y lo podemos evitar siempre o casi siempre.
Propósito firme: el primer sacrificio consiste en no olvidar, en la vida, lo
que expresan en Castilla de modo muy gráfico: que la ropa sucia se lava en
casa. La primera manifestación de que os dais, es no tener la cobardía de ir a
lavar fuera de la Obra la ropa sucia. Si de veras queréis ser santos; si no,
estáis de más.
Cuando me noto
enfermo... Ya sabéis que a temporadas lo he estado; y en el año actual habéis
visto que apenas he podido bajar a veros. Hoy, en cuanto ha sabido que hacíais
el retiro, he llamado el Rector, porque tenía ganas, verdaderos deseos de pasar
un rato con vosotros... Pues os decía que, cuando me encuentro más enfermo,
acudo con mayor frecuencia al médico; y le dejo que me examine, que palpe donde
quiera, y contesto a todas sus preguntas. Si no, me comportaría como un loco.
Pues llevad este comportamiento a la vida espiritual.
El buen pastor da la vida por sus ovejas. Pero el mercenario y el que
no es el pastor, de quien no son propias las ovejas, viendo venir al lobo
desampara las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y dispersa el rebaño. El
mercenario huye, porque es asalariado y no tiene interés alguno en las ovejas [17]. Ahí
tenéis el relato exacto de cómo se comporta el hombre que no ha recibido la
misión de apacentar la grey. Si es buen sacerdote,
hace lo justo, da unos consejitos genéricos: procure usted mejorar, rece un
avemaría... ¡Qué misión de doctor, de médico, de padre, ni de juez! Y ahí
descubrís, también, el fin desgraciado del que imprudentemente busca el consejo
de un pastor extraño.
Hijos
míos, ¡abrid el alma! Vuestros primeros hermanos os han dejado un ejemplo
colosal. Yo no los quería confesar. Ahora me confieso con un hermano vuestro, y
cuando me levanto, se arrodilla él para que lo confiese yo. Llevamos ya muchos
años así. Pero, al comienzo, yo no confesaba de ordinario a ninguno de mis
hijos, porque no juzgaba lógico quedarme con las manos atadas por el sigilo
sacramental. Ellos, voluntariamente, me lo contaban todo, ¡todo!, fuera de la
Confesión. De esta manera la dirección espiritual iba adelante espléndidamente
y las almas se santificaban.
Me
preocupa la formación de la gente joven; siento el miedo de que se vuelvan un
poco señoritos. En aquellos primeros tiempos
vivíamos con una carencia de todo o de casi todo; maltratados, calumniados... Y
siempre alegres, siempre sonrientes, siempre eficaces. Vuestros hermanos tenían
que ir a la universidad, y dar clases, y trabajar, para ganarse la vida. Yo
estoy contento de vosotros, hijos míos: sé que sois estudiosos y alegres. Pero
rezad para que acertemos, de modo que todos mis hijos, desde jóvenes, se
mantengan de lo que ganen y sepan lo que cuesta el dinero. Así no habrá ningún
señoritismo.
Vuestros
hermanos, os decía, me abrían el alma fuera de la Confesión, con sencillez y
sinceridad total, como siguen haciendo ahora todos en la conversación fraterna
con el Director. Hijos míos, que no os acobardéis porque tengáis en el corazón
el fommes peccati.
No os asustéis de nada. ¡Fieles de verdad! ¡Sinceros! ¡Sinceros! Actuemos con
el sentido común y el espíritu sobrenatural de saber que si el Padre, por ser
padre y por ser madre, deja las cosas muy anchas, vosotros, por ser ovejas
firmes, seguras, para permitir trabajar al buen pastor, os decidiréis con buen
sentido a no usar de ciertos derechos, para conseguir, en cambio, una mayor
eficacia en la labor de vuestra santificación y de la santificación de toda la
Obra, de la santificación de vuestros hermanos y de tantas almas, y de la
Iglesia.
Santa
María, Refugio de los pecadores y Madre nuestra, presenta estos propósitos ante
el trono de Dios, y vuélvelos eficaces con tu intercesión poderosa.