Fecha: 20 de octubre de 2015, 0:36:05 GMT+8
Para:
Asunto: FW: sobre la obediencia en Santo Tomás
Les envío un artículo que escribió el p. Carlos Pereira en relación a la obediencia.
Resulta muy útil tener este artículo en este preciso momento porque hay quienes pretenden esgrimir la autoridad del “gran Castellani” para objetar el modo en que nosotros entendemos y vivimos el voto de obediencia. Este texto pone de manifiesto que en realidad se trata de una interpretación parcial y tendenciosa del p. Castellani.
Creo que hay que estar muy atentos con este tema, y con esta situación, por dos motivos:
1. Que si se socavan los fundamentos para obedecer, se corta de raíz un punto neuralgico de la vida religiosa. De hecho, por los frutos se conoce el árbol (cf. Mt 7,16).
2. Que hay quien ha estado haciendo “apostolado” con este tema, tratando de sembrar confusión y mal espíritu. Pero “la pureza de la fe es cosa tan preciosa que se ha de anteponer a cualquier otra pureza” (Don Orione). Hay que estar atentos.
Un gran abrazo.
p.Carlos
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http://biblia.verboencarnado.net/2015/10/19/la-virtud-de-la-obediencia-en-santo-tomas-su-naturaleza-volitiva-e-intelectual/
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Leonardo Castellani
SOBRE LA OBEDIENCIA
A mis HH. los Profesos de la Prov.
Argentina.
Amados hermanos en Xto. Jesús:
Entre los "medios para
conservar la Compañía", nuestras Constituciones (X, 9) recomiendan
"crebra communicatio rerumque mutua notitia", el frecuente y sincero
trato epistolar de unos con otros. Este mandato de N. S. Padre no se satisface
del todo con las corrientes NOTICIAS DE LA PROVINCIA que son secas, incompletas
y aun a veces parciales o fútiles.
No quiero creer lo que me dicen que
algún Rector ha parado estas cartas mías escritas con el corazón en la mano en
homenaje y amor a la verdad; si así fuera, algún día dará cuenta de su
conocimiento del Epítome, canon 849, N° 6º. Yo digo: si a mí no me contestan de
Roma, si a mí el Provincial no me oye, y si no puedo tampoco hablar con mis
Hermanos acerca de nuestra Provincia tal como la tengo en el corazón, ¿qué
clase de Sociedad sería ésta? El que destruye estas cartas tendrá que destruir
también, si puede, el canon 849 y muchos otros del Epítome, incluso el 3º. Y es
un hombre que tiende a destruirme a mí. Veremos si puede.
Yo de mí sé decir que quisiera
hablar con cada uno de los NN. A ninguno le tengo rencor, malquerencia ni
antipatía, al contrario. De todos aprendo algo: si dicen cosas originales,
aprendo cosas nuevas; si dicen cosas comunes, me confirmo en lo que ya sé.
Hasta de las pláticas del P. Rosanas saco fruto. A ninguno niego la palabra ni
dejo de contestar las cartas; y considero que estas dos cosas, que por
permisión de Dios he tenido que sufrir en carne propia, no son lícitas entre
hermanos.
N.M.R.P. General me dijo una vez:
"No se meta a reformar donde no tenga autoridad. Limítese a
defenderse." El calamar y el periodista se parecen en esto, que se
defienden con su tinta. Ahora que Dios N. Señor me concede algún vagar, y tengo
que abandonar el periodismo "ad extra", me dedicaré un poco al
periodismo epistolar "ad intra", porque no es justo que sólo para los
de fuera haya yo aprendido este arte; pidiendo a Dios quiera darme algo útil a
decir sin ofensa. Somos hombres, AA.HH., para no ofendernos de la verdad:
hombres y soldados. Mas si alguna ofensa o defecto en estas cartas apresuradas
se deslizare, con la multiplicación de ellas irán disminuyendo y con vuestra
benigna indulgencia serán atenuados y subsanados. Para eso, las pongo bajo la
alta protección de San Pedro Canisio, patrón de los periodistas.
Esta carta versará sobre la virtud
de la obediencia. Uds. pueden saber más que yo acerca de ella, y la Carta de N
P a los de Coimbra es un tratado completo. Pero puede no ser superfluo
refrescar algunos conceptos de ella, basándose en la doctrina de Santo Tomás y
la Escritura. Estos conceptos son: la obediencia religiosa está enderezada a la
perfección evangélica; sólo puede producirse en el clima de la caridad; y el
abuso de la autoridad no solamente la hace imposible sino que constituye una
especie de profanación o sacrilegio.
I
La definición de
"obediencia" de Santo Tomás es "oblación razonable firmada por
voto de sujetar la propia voluntad a otro por sujetarla a Dios y en orden a la
perfección."
Esta definición contiene claramente
los límites de la obediencia porque no hay que creer, A. H., que la obediencia
es ilimitada. Todo lo ilimitado es imperfecto. La obediencia religiosa es
ciega, pero no es idiota. Es ciega y es iluminada a la vez, como la fe, que es
su raíz y fuente. Sus dos límites son la recta razón y la Ley Moral.
Ambos límites están también fijados
por San Ignacio al afirmar a una mano que físicamente es imposible asentir a
algo absurdo, y a otra, que no hay que obedecer cosa en que se viese pecado, no
ya mortal solamente, sino de cualquier clase. No se puede ejecutar
virtuosamente ninguna cosa donde exista la más mínima porquería, relajamiento,
vileza o claudicación moral.
Esto significa simplemente que
ningún hombre puede abdicar su propia conciencia moral, como nota el Angélico
en De Ver. 17, 5, Ad 4m. "Unusquisque enim tenetur actus suos examinare ad
scientiam quam a Deo habet, sive sit naturalis, sive acquisita, sive infusa:
omnis enim homo debet secundum rationem ágere."[i]
¡No podemos salvarnos al tenor de la conciencia de otro! ¡No podemos eximirnos
de discriminar exactamente con nuestra razón el bien y el mal moral, uno para
tomarlo y otro para lanzarlo! ¡No puede ser nuestro guía interior la razón
ajena: los actos morales son inmanentes y su "forma" es la
racionalidad! Si bastara para salvarse hacer literal y automáticamente lo que
otro nos dice ¿cuál sería entonces la función de la fe, de la oración, de la
meditación, de la dirección espiritual, del examen y del estudio?
Nuestro Padre Ignacio recogió de
los antiguos Padres dos expresiones metafóricas que si se tomaran literalmente
engendrarían una monstruosidad. Como bastón de hombre viejo hay que obedecer y
a manera de cadáver hay que obedecer: sí señor, pero no antes que la conciencia
moral haya asimilado el mandato, colocándolo en la línea de su conocimiento de
Dios y haciéndolo escalón de fe y de caridad divina. Es evidente que esto no se
puede hacer con una cosa torpe, absurda o ridícula. El "ir a tomar la
leona y traerla al superior suyo" podrá haber sucedido en la prehistoria
del Cristianismo, aunque por cierto a mí no me consta; pero ningún teólogo
sensato lo tendrá por lícito en casos normales.
El obediente verdadero obedece al
Superior menor a la luz de la voluntad conocida y amada del Superior mediano; y
al Superior mediano a la luz conocida, entendida y amada del Superior Sumo; y
la de éste a la luz de las Reglas; y éstas a la luz del Evangelio; y éste a la
luz interior que el Espíritu Santo imprime en los corazones y con la cual el
Verbo ilumina a todo hombre venido a este mundo; de manera a formar una escala
luminosa por la cual cualquier voluntad contingente o ínfima haga actos muy
excelentes, superiores a su propia habitualidad tomada separadamente, por su
unión con otras voluntades mejores, y en definitiva con la de Dios. Y la
voluntad de Dios, no es de derogar el orden natural sino de coronarlo y
sobreelevarlo.
Con esto queda dicho que la
obediencia no se inventó para que en la vida religiosa se hagan cosas raras,
feas o disparatadas; para que el orden natural se vuelva del revés y los necios
presuman guiar a los entendidos y "llevarlos al hoyo", como previno
N. Señor en la Parábola de los Ciegos. No se inventó la obediencia para
substituir en el gobierno de los hombres la inteligencia por el antojo de los
ambiciosos o agitados; ni para pretender que el que no sabe un oficio se
entrometa a corregir al que lo sabe; ni para destruir en los hombres la
conciencia profesional ni la honradez intelectual; ni para permitir que ocupen
los comandos los mediocres engreídos, esos "superiores briosos y sin
letras" a los cuales la cordura de Mariana atribuía la causa de los
desórdenes sociales en la Provincia Española bajo Acquaviva. Si para tales
cosas dijera Cristo: "Qui vos audit, me audit"[ii]
y para eso reglamentara la Iglesia la vida religiosa; pensarlo es blasfemia,
porque entonces más valiera que Cristo no hubiera venido.
Los que llevados de cualquier
pasión, o por ignorancia o por malicia, sabiéndolo o no sabiéndolo, quieren
hacer un "cadáver" literal de sus súbditos; o bien se sujetan al
Superior con el servilismo inerte de estólidos "bastones"; pecan,
abusan del don de Dios, desacreditan a Cristo. Como toda virtud marcha en medio
de dos vicios, así la obediencia camina entre la insumisión por un lado y por
otro la sujeción servil, el espíritu de esclavo, la obsecuencia muerta, la
dependencia al hombre como hombre, la ignavia[iii],
la pereza de pensar y la cobardía de ser persona, cosas todas que son
abominables a Dios y al varón Cristo y que impiden al hombre ser dueño de sí,
tomar el timón y ser el capitán de su propia alma. Lo cual es el principio de
toda vida que no sea infrahumana y mucho más de una vida sobrenatural.
II
La verdadera obediencia pertenece a
la virtud de la religión, la primera de las morales; y por tanto sólo puede
producirse en el clima teologal de la caridad. Sin caridad es informe. Una
virtud informe es a veces más peligrosa que un vicio, "por ser grande el
peligro de la vía espiritual cuando sin freno de discreción se corre por
ella". Ésas son las "virtudes locas", que a semejanza de las
"verdades locas" de Chesterton, son dinamita.
El P. Genicot pone el caso de un
súbdito que notase en el Superior señales inequívocas y habituales de
hostilidad o enemistad; y preguntándose si en este caso estaría obligado a
obedecerle, responde que no, incluso en los mandatos donde no se vea
formidolosidad[iv]; pues
un enemigo nos desea de suyo la destrucción aun sin saberlo. Cesa la obligación
de la obediencia, por incumplimiento por parte de uno de los
"contratantes".
Aristóteles enseña (Eth. Nic. IX,
6) que una sociedad cesa de serlo si se deseca en ella la
"concordia", que es la amistad social; entre religiosos llamada
"caridad". En ese caso hipotético, el mecanismo de la obediencia se
convertiría en un esqueleto sin carne, en una máquina monstruosa que parece humana
pero puede ser ocupada de hecho por el demonio: máquina que no puedo considerar
sin horror. En efecto, en tal caso, aquel inmenso poder que presta a un mortal
la atadura omnímoda y total con que otro se le ha sujetado como si fuese al
mismo Dios, moviéndose desordenadamente y sin el control del amor divino y el
lubricante del afecto humano, puede producir estragos, puede torturar de una
manera increíble; y yo no dudo que puede, permitiéndolo Dios, llegar al
homicidio indirecto poco menos. La historia parece confirmarlo. Omnis, qui odit
fratrem, homicida est[v].
En efecto, se produce el caso de la
madre desnaturalizada, que es, dice Aristóteles, la bestia más cruel que
existe:
¿Puede darse este caso? ¿Es posible
esta desaparición de la caridad y la consiguiente aberración del poder en lo
religioso? Helas, todo es posible al hombre corruptible y el mortal puede
abusar de todo, incluso de la Eucaristía, como vemos en la Primera a los
Corintios, XI. Esto, hablando en tesis. Hablando en concreto, me parece difícil
que acaezca en nuestra Compañía, que parece conservar de San Ignacio una
herencia persistente de nobleza y dignidad independiente de la eventual baja
cuna o plebeyismo de tales o cuales superiores, y una de las contingencias más
temibles de la ambición y el nimio apego al mando.
Sin embargo nuestros enemigos nos
han descrito muchas veces con esa figura de máquinas inhumanas, autómatas
inertes, conciencias mutiladas. No solamente poetastros delirantes como Eugenio
Sué, sino hombres de talento, aunque adversos a nosotros, como Michelet,
Quinet, Eduardo Estauniée, Boyd Barret, Aldous Huxley, se han aplicado
minuciosamente a hacer grandes retratos odiosos de la Compañía como máquina
destructora de la personalidad humana y fabricadora de horrendos
"robots" con sotana. ¿Qué veían en ella para poder hacerlos? Veían
las reglas sin el interior espíritu de amor y caridad. Veían lo que sería la
Compañía si se violase en ella la Regla Primera. Veían lo que puede ser la
Compañía de Jesús sin gobierno o con mal gobierno; y lo que tiene el deber
gravísimo de evitar la Congregación Provincial y la Congregación General.
A las cuales asisto por medio de
esta carta. Porque a mí, la voz pasiva me la podrá quitar el Provincial, pero
la voz activa me la dio Dios. El que tiene boca, a Roma va, —dice el proverbio.
III
De la misma definición puesta
arriba, se deduce la tercera de las propiedades de la obediencia, a saber: que
ella ata al Superior lo mismo que al súbdito de tal modo que a causa de ella un
mandón indiscreto, un inepto para dirigir, un superior sin luz puede cometer
como una especie de profanación o sacrilegio. En efecto, los votos hacen al
religioso, según Santo Tomás, "res sacra"[vi]
a manera de los antiguos sacrificios. Dios mató a los profanos que comieron los
panes de la proposición, que eran panes no consagrados, sino meramente
ofrecidos a Dios por el pueblo.
Mi buen amigo el P. Prato O.M.R.C.
desenvolvió discretamente esta doctrina de Santo Tomás en el retiro que dio a
los PP reunidos para el Capítulo Provincial: probó que un religioso era más
sacro que un cáliz, una patena o una custodia, con los cuales consta que se
puede pecar aun gravemente por irreverencia o profanación. Es una custodia
viviente: para él se han hecho todas las custodias de la tierra. Para el hombre
se hizo el sábado.
Si a algo creado se puede comparar,
sería a las mismísimas especies sacramentales, depositarías de Cristo. Porque
por la gracia no solamente en él vivimos nos movemos y somos, sino que
veramente "vivit vero in me Christus"[vii];
y por la profesión religiosa, somos simpliciter cosa e impersonación suya. Por
eso es sacrilegio matar a un clérigo o poner en él violentas manos. Por eso
también es profanación tratarlo como animal o planta.
Ahora bien, el cordón umbilical (si
licet) de esta transvitalización no es otro que el voto de obediencia; el cual
por consiguiente agarrar con torpeza, manejar con descuido o izar con violencia
es cosa gravísima. Usar del mandato bajo santa obediencia de cualquier manera,
para cosas absurdas, irrazonables, fútiles, inútiles, inconsideradas o
simplemente menores en volumen o ridículas en importancia, es pecado grave
según todos los teólogos. Es pecado de irreverencia y desecración.
En la Primera a los Corintios San
Pablo explica las frecuentes enfermedades y muertes prematuras de los fieles
por las irreverencias y abusos vigentes hacia la Sagrada Eucaristía. De donde
arguyen los teólogos que Dios castiga esta especie de pecados con flagelos
corporales. "Ideo inter vos multi infirmi et imbecilles et dormiunt multi"[viii].
Habiendo pues una analogía perfecta
entre el Sacramento y el sacro hombre que es el religioso, bien se puede temer
en pura fe que un bajón en la pureza, la verdad y la caridad en el modo de
mandar, la falta de justicia distributiva en el gobierno, y la flojera e
impotencia en reparar las injusticias y las iniquidades, no atraigan el peso
del brazo airado de Dios sobre las comunidades religiosas.
He de decirlo aunque sea grave: el
terrible destino del Padre Abel Montes, el lento naufragio de esa fina y
delicada personalidad —de la salud en la neurosis, de la neurosis a la
demencia, de la demencia en la muerte trágica y desolada— pudo muy bien tener
como causa las fallas de la caridad en la Provincia y el uso inconsiderable del
mandato ciego.
No me consta. Pero tengo
suficientes datos para creer, delante de Dios Nuestro Señor, que no es
imposible. Y eso ya es bastantemente grave.
Si no me consta, ¿por qué lo digo?
Porque debo decirlo. Para que no se me pudra dentro.
Sea ello como quiera, Deus scit, el
caso es, AA. HH., míos, que estas consideraciones son verdaderas y no
pertenecen al mundo de la estratosfera ni al planeta Marte; y me ha parecido
expediente in Dómino hacerlas para mí primero y luego para quien quiera
recibirlas.
Si nadie quisiera recibirlas: si la
afición al ocultismo y el "tapujismo" vigentes en la Provincia echara
tierra encima de esta luz que por el más indigno de sus hijos se hace patente,
si los Rectores prudentes se creen con derecho e impedirme la
"communicatio crebra" con mis carísimos Hermanos y Padres, después
que se me ha excluido de la Congregación Provincial y se me ha difamado por
nuestras casas, ¿creen que voy a morir por eso? Ni siquiera me van a parar,
juro al cielo. Será peor para todos. Invenciblemente non sine númine[ix] me siento obligado a decir mi verdad, por la
vía que me queda abierta, en el momento en que nuestra amada Provincia, como la
Compañía toda y la Iglesia por entero se preparan, como dijo su Santidad Pío
XII, AL FUTURO PRÓXIMO ENCUENTRO DE CRISTO CON EL MUNDO.
En unión de oraciones sinceramente
Professus Mínimus
[i] Cada uno
está obligado a examinar sus actos según la ciencia que ha recibido de Dios, ya
sea natural, ya adquirida, ya infusa: pues todo hombre debe actuar según la
razón.
[ii] Quien a
vosotros escucha, a mí me escucha (Lucas 10, 16)
[iii] Apatía,
flojedad.
[iv] Temor
[vi] Una cosa
sagrada.
[vii] Es Cristo
quien vive en mí (Gálatas 2, 20)
[viii] Por eso
hay entre vosotros muchos enfermos y muchos débiles, y mueren no pocos (I
Corintios 11,30).
[ix] No sin
inspiración divina.