jueves, 5 de enero de 2017

Mentir

En lugar de mentir directamente, el perverso prefiere utilizar un conjunto de insinuaciones y de silencios a fin de crear un malentendido que luego podrá explotar en beneficio propio.

En su tratado sobre el arte de la guerra, redactado en torno al siglo V antes de Cristo, el chino Sun Tse escribió: «El arte de la guerra es el arte del engaño; si adoptamos siempre una apariencia contraria a lo que somos, aumentamos nuestras oportunidades de victoria».

Los mensajes incompletos o paradójicos son una prueba del miedo a la reacción del otro. Las cosas se dicen sin decirlas, esperando que el otro comprenda el mensaje sin tener que nombrarlo. Lo más frecuente es que estos mensajes sólo se puedan descifrar posteriormente.

Decir sin decir es una hábil manera de afrontar cualquier situación.

Estos mensajes indirectos son anodinos, generales o indirectamente agresivos —«¡Las mujeres son temibles!», «¡Las mujeres que trabajan no hacen gran cosa en casa!»—, y son rectificados inmediatamente si el interlocutor protesta: «No lo decía por ti. ¡Hay que ver lo susceptible que eres!».

Se trata de jugar con ventaja en el intercambio verbal. Un procedimiento excesivamente directo haría que el interlocutor denunciara el autoritarismo de su agresor. Por el contrario, las técnicas indirectas desestabilizan y hacen que el interlocutor tenga dudas sobre la realidad de lo que acaba de ocurrir.

Otro tipo de mentira indirecta se basa en contestar de un modo impreciso, con evasivas, o mediante un ataque en forma de broma. A una mujer que duda de la fidelidad de su marido, éste puede responderle: «Si esto es lo que se te ocurre, puede que tú misma tengas algo que ocultar».

La mentira también puede agarrarse a los detalles. A una mujer que le reprocha a su marido el hecho de haber pasado ocho días en el campo con una muchacha, se le responde: «¡La mentirosa eres tú: en primer lugar, no fueron ocho días, sino nueve, y, por otra parte, no era una muchacha, sino una mujer!».

Dígase lo que se diga, los perversos siempre encuentran la manera de tener razón, y esto les resulta más fácil cuando ya han logrado desestabilizar a su víctima y ésta, contrariamente a su agresor, ya no disfruta con la polémica. El trastorno que se provoca en la víctima es una consecuencia de la confusión permanente entre la verdad y la mentira.

Como podremos comprobar en el próximo capítulo, la mentira de los perversos narcisistas sólo se vuelve directa durante la fase de destrucción. En ese momento, la mentira desprecia cualquier evidencia. Y lo que, sobre todo y ante todo, permite convencer a la víctima es que esa mentira es una mentira convencida. Sea cual fuere el tamaño de la mentira, el perverso se agarra a ella y termina por convencer a su interlocutor.

A los perversos les importa muy poco qué cosas son verdad y cuáles son mentira: lo único verdadero es lo que dicen en el instante presente. A veces, sus falsificaciones de la verdad están muy cerca de las construcciones delirantes. El interlocutor no debería tener en cuenta ningún mensaje que no se formule explícitamente, por mucho que se trasluzca. Puesto que no hay un rastro objetivo, el mensaje no existe. La mentira del perverso responde simplemente a una necesidad de ignorar lo que va en contra de su interés narcisista.

Ésta es la razón de que los perversos envuelvan su historia con un gran halo de misterio; no hace falta que digan nada para producir una creencia en sus interlocutores: se trata de ocultar para mostrar sin decir.

Marie-France Hirigoyen: El acoso moral – El maltrato psicológico en la vida cotidiana págs. 79-80
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