En lugar de
mentir directamente, el perverso prefiere utilizar un conjunto de insinuaciones
y de silencios a fin de crear un malentendido que luego podrá explotar en
beneficio propio.
En su tratado
sobre el arte de la guerra, redactado en torno al siglo V antes de Cristo, el
chino Sun Tse escribió: «El arte de la guerra es el arte del engaño; si
adoptamos siempre una apariencia contraria a lo que somos, aumentamos nuestras
oportunidades de victoria».
Los
mensajes incompletos o paradójicos son una prueba del miedo a la reacción del
otro. Las cosas se dicen sin decirlas, esperando que el otro comprenda el
mensaje sin tener que nombrarlo. Lo más frecuente es que estos mensajes sólo se
puedan descifrar posteriormente.
Decir sin decir es una
hábil manera de afrontar cualquier situación.
Estos
mensajes indirectos son anodinos, generales o indirectamente agresivos —«¡Las
mujeres son temibles!», «¡Las mujeres que trabajan no hacen gran cosa en casa!»—,
y son rectificados inmediatamente si el interlocutor protesta: «No lo decía por
ti. ¡Hay que ver lo susceptible que eres!».
Se trata de
jugar con ventaja en el intercambio verbal. Un procedimiento excesivamente
directo haría que el interlocutor denunciara el autoritarismo de su agresor.
Por el contrario, las técnicas indirectas desestabilizan y hacen que el
interlocutor tenga dudas sobre la realidad de lo que acaba de ocurrir.
Otro tipo
de mentira indirecta se basa en contestar de un modo impreciso, con evasivas, o
mediante un ataque en forma de broma. A una mujer que duda de la fidelidad de
su marido, éste puede responderle: «Si esto es lo que se te ocurre, puede que
tú misma tengas algo que ocultar».
La mentira
también puede agarrarse a los detalles. A una mujer que le reprocha a su marido
el hecho de haber pasado ocho días en el campo con una muchacha, se le
responde: «¡La mentirosa eres tú: en primer lugar, no fueron ocho días, sino
nueve, y, por otra parte, no era una muchacha, sino una mujer!».
Dígase lo
que se diga, los perversos siempre encuentran la manera de tener razón, y esto
les resulta más fácil cuando ya han logrado desestabilizar a su víctima y ésta,
contrariamente a su agresor, ya no disfruta con la polémica. El trastorno que
se provoca en la víctima es una consecuencia de la confusión permanente entre
la verdad y la mentira.
Como
podremos comprobar en el próximo capítulo, la mentira de los perversos
narcisistas sólo se vuelve directa durante la fase de destrucción. En ese
momento, la mentira desprecia cualquier evidencia. Y lo que, sobre todo y ante
todo, permite convencer a la víctima es que esa mentira es una mentira
convencida. Sea cual fuere el tamaño de la mentira, el perverso se agarra a
ella y termina por convencer a su interlocutor.
A los
perversos les importa muy poco qué cosas son verdad y cuáles son mentira: lo
único verdadero es lo que dicen en el instante presente. A veces, sus
falsificaciones de la verdad están muy cerca de las construcciones delirantes.
El interlocutor no debería tener en cuenta ningún mensaje que no se formule
explícitamente, por mucho que se trasluzca. Puesto que no hay un rastro
objetivo, el mensaje no existe. La mentira del perverso responde simplemente a
una necesidad de ignorar lo que va en contra de su interés narcisista.
Ésta es la
razón de que los perversos envuelvan su historia con un gran halo de misterio;
no hace falta que digan nada para producir una creencia en sus interlocutores:
se trata de ocultar para mostrar sin
decir.
Marie-France Hirigoyen: El
acoso moral – El maltrato psicológico en la vida cotidiana págs. 79-80
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